Incesantemente volteo la mirada, me regreso mil veces sobre los pasos que han andado mis ojos, una y otra vez. Las huellas que dejan las miradas nunca se parecen, siempre dan la impresión de ir y de volver, como si el mar fuera una historia que se regocija en besar y, elegantemente, desparecer dejando espuma -coqueta espuma- cubriéndole las espaldas desnudas de amante que esconde sus pecados en el momento exacto, en un guiño.
Los ojos son crisantemos que se abren de fauces al sol: quieren mascar todo su resplandor y vivir para sí, aunque el mundo quede oscurísimo. Pequeños crisantemos, livianos y erguidos, tratando de comerse a un rey. Mis ojos hoy se convierten en ellos, batallando por engullir luz.
Pasan por las calles unos seres, de aquellos sobre los que uno ha perdido la potestad de llamarlos por su nombre. Un nombre es un lazo gigante y un cascabel al cuello. Poderoso es quien tensa el lazo invisible sobre los cuellos de aquellos que transitan. Hoy los cascabeles no suenan, aquel bramante hato es estampa en la repisa. Ahora, con las manos vacías, el aire se escurre en el tirón que por reflejo uno realiza al ver escaparse hasta las sombras.
Ni en cuentos la soledad ha sonreído en tantos rostros que huyeron flotando por sobre las baldosas, con sinuosidad casi ensayada de antemano, sabiendo desde siempre que los cafés son tan sólo excusas de un timado cazador de historias dichosas para salir decidido a cazar al sol con dos crisantemos en los ojos.
Crisantemos en los ojos
martes, 16 de diciembre de 2008
Escrito por @KNO_Z a las 12:55 a. m.
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