Dosmil doscientos diez.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Ayer me afeité y traté vagamente de peinar aquello que dormía bajo ese sombrero de vaquero a mi llegada. Pensé que podía empezar, y que podía escapar, lo tenía en mente cuando te vi a los ojos y dije que no era nada, que no podía serlo, que había llegado mi momento verdadero.

Son las 10 de la mañana, estoy sudado y confundido. No te vi venir. Pero quise verte venir, y siento tu llegada, por cierto. Los dicroicos del ascensor se convierten en la incubadora que nos hace nacer, que me hacen despertar de mi sueño ovoide y sencillo. No hay sino luz y tus palabras desde hoy.

Todo pasa nuevamente cada vez y se repite. Hoy no es hoy, pero eres tú quien me repasa nuevamente cada línea como el soplo que acostumbraba recibir al despertar, hoy es día en el que naces y en el que mueres con el sol, hoy es el día de este eterno ayer.

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